lunes, 28 de enero de 2013

Cruce peatonal


Hormigúmanos sobre ruedas rezan al dios desconocido para que mantenga el puntito verde que da paso a su libertad. Como los espermatozoides algunos pasan y otros quedan fuera. Fuera. Fuera los dejó esa maldita decisión de un par de astros electrónicos que se casaron para engendrar una redonda luz amarilla, color disparador del discernimiento para ejercer presión sobre el pedal derecho o el del medio.
Opción A ¡y qué me importa! ¡Que se corran si no les gusta! Los justificadores cerebrales argumentan sin demorar:
–Estoy apurado…
–La próxima freno pero ahora…
–Si freno es peor porque voy a quedar al medio…
–Si freno de golpe me besan de atrás…
Opción B porque papá me reta:
–Siempre alguna cámara anda vigilando…
–Las multas están caras…
–Y si piso a uno…
…y el peso de la ley recae sobre el pedal haciendo chillar las pastillas hasta detener el videogame que estaba jugando.

Hormigúmanos sin ruedas rezan a un dios tan desconocido como el otro para que convierta en verde aquella luz roja que mantiene su calzado amarrado al suelo en un irrenunciable instinto de conservar la naturaleza.
De todos los hormigúmanos doña Clemencia y su bastón o el mundo desecha a los viejos, sobresale. No pierde mirada al poste amarillo y verde porque sabe que milésima de retraso la expondrá a la muerte. Habilitado el paso comenzó la carrera cuya meta es para unos llegar al punto de partida de los que intentan llegar al lugar de largada de los primeros… y con ello el entrecruzamiento de hormigúmanos que se atraen y se repelen tanto como los imanes juegan con sus polaridades.
El mundo desecha a los viejos avanza a paso firme pero lentamente, en la máxima velocidad permitida por su aparato óseo casi papel.
–Vieja de mierda, ¿por qué no se corre? Se hubiera quedado en la casa sin venir a joder. –dijo traje negro corbata amarilla, escondido en ese disfraz que lo hace creer importante, caminar apurado y despreciar a todo peor vestido transeúnte.
Hormigúmanos cariñosos o de la mano hasta el final pisaban la recostada cebra en el mismo sentido. Poco le importaba doña Clemencia a quien ignoraron inmersos en la enamorada aventura que los contenía.
Sobre el otro andarivel avanzó la noventa y siete centímetros pelo largo o trenzas de chilindrina arrastrando su recién comprada mochila con ruedas, entusiasmada como nene que pasea su perro recién traído, por la plaza del barrio. Trenzas de chilindrina se abría paso con aquel "hijito" a cuestas, zamarreándolo de un lado a otro mientras los demás, en un malabarístico intento de no pisarlos, los esquivaban como podían.
La ignorada tragedia comenzó cuando buzo azul y raya roja o madre de familia queriendo volver a casa recibió un leve roce del hijo de la noventa y siete centímetros pelo largo, en una de las cuatro bolsas de compras que cargaba con su mano derecha. Roce que, sin embargo no llegó a percibir ni madre de familia queriendo volver a casa, ni trenzas de chilindrina, ni traje negro corbata amarilla cuyas circunvoluciones cerebrales permanecían ocupadas en los próximos futuros negocios y, para ser sincero, ninguno de todos los otros que aquí no he nombrado por el simple hecho de que poco combustible le queda en este momento a mi lanzaminas. Roce, venía diciendo, cuya consecuencia percibió, en cambio, la tercera pierna de doña clemencia y en efecto la estabilidad de el mundo desecha a los viejos que silenciosamente quedó desparramada sobre la recostada cebra de la que había que huir al menos una milésima antes de la transmutación de verde a rojo de un lado y de rojo a verde del otro.
Aquellas milésimas dieron origen a la presión sobre el izquierdo pedal y al despertar de los crujientes leones escondidos dentro de los hormigúmanos sobre ruedas, ansiosos de viajar hacia la próxima presa, intentando no ser amarrados cien metros después por ese maldito collar electrónico rojo.
El caso es que dado el permiso los leones de la primera fila lanzaron a correr a excepción de uno que llegó a percibir que sobre la cebra ahora ausente de hormigúmanos no había sólo papeles de alfajores tirados sino también un palo de madera, un gastado monedero, un montón de trapos viejos y… viejos son los trapos…una mujer sin nombre y sin historia, ahí tiradita... ¡y a otra cosa!

PD: Si algo falta al relato es la irrepetible puteada que ligó el detenido hormigumano sobre ruedas, un escuálido y arrugado flaco de sesentilargos años… porque es un boludo… el tarado no se corre… ¡qué pelotudo, me va a tocar rojo de nuevo!… si no sabe manejar quítenle el carné… habría que matar a todos los que no arrancan y… la concha de la lora, qué mal orto que tengo, me tendría que haber puesto en otra fila, siempre a mi…viejo pelotudo, para qué se baja del auto.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Aromas en el vidrio


Tras años de abandono, los grasientos y malheridos vidrios de la casa, llenos de tierra y poblados de arañas que cruzan de punta a punta por su telar, recuperaron su transparencia.
Han pasado algunos meses y la restauración de rincones viene viento en popa. La abulia era tal que no se reconocían los materiales. Hoy ya varios hasta presumen. Pero el dato más interesante me llega por los vidrios. He terminado de someter sistemáticamente al desabrigo a todos y a cada uno de los doscientos trece vidrios. Ni uno de los otros materiales llaman menos la atención al ser restaurados. Sólo los vidrios logran algo mágico. En ese momento salen del centro y abren el pecho. Gracias a que se los ve menos, nace el misterio mágico de la comunicación.
El exterior, paseante cotidiano de las veredas, reconoce a ese precedente testigo del olvido y ve recostar al sol que se mete sin aviso ni permiso.
El interior más fecundo cuenta y canta:
-Tras la siembra y algunos partos, tengo la casa fragante, con aroma de mujer.

martes, 11 de diciembre de 2012

Enviones del viento/2


El viento ha vuelto con tanto envión como aquel diciembre. No hay anuncio en cada viento. Sólo algunos, muy puntuales, me hacen vibrar de una manera inexplicable y afinan mi oído. Nada puedo decir hoy a pocos días y resisto a la tentación de ubicar la respuesta sobre cada una de las minúsculas voces que se pronuncian. Pero ese viento inconfundible cuenta sin dudar alguna pisada futura que entregue toda la energía ardiente de la Pacha a la sangre densa que hoy corre por mis venas. ¿Qué espera esta vez de mi el viento? ¿Qué me cuenta? ¿Qué canta cuando fluye?

martes, 27 de noviembre de 2012

Ausencias en visita

Clara, contrariada, no lograba abrazar la triste despedida. Hermoso es el silencio que no es de resignación. Hiriente, doliente, en cambio, ese acallarse sin aviso ni permiso, ese terrible desaparecer que borró huella y canto.
Clara, de regreso, cruzó el umbral con flores en mano, que se miraron con las nacientes en su ausencia. La rosa y la enamorada del muro, la glicina, la lavanda y el jazmín del cielo recibieron visitas: hortensia y magnolia fueron bienllegadas.
La promesa de libertad no había querido enjaular al pájaro y él parecía hijo del adiós eterno.
Noviembre hizo fiesta de flores y el pájaro oliendo aromas no resistió.
Los amores sinceros, las amistades profundas, de alguna manera siempre vuelven, aunque los meses le hayan hecho parir soledad y desconsuelo.
Costará despedir este noviembre florecido. ¡Los isondúes siguen encendidos!

Ausencias/2

Se fue por el orificio de la pileta, en un descuido, resbalándose como jabón. Clara la amaba como a pocos en el mundo, pero él quiso desprenderse de sus manos, que no la querían como prenda sino como una luz más entre los isondúes que nos amamos al andar. 
Han pasado ya meses y Clara cuenta que el olor del jabón no se va. No hay manera de saber en qué lugar de la cañería se ha escondido. Sólo quedan los "atrases": su abrazo en piel, su llamativa sensibilidad, su entrega total en cada causa y su sensación de vivir derrotado, que lo llevó al suicidio de ella y a la insuficiencia de ese perfume en las manos, que no lo logra traer.
La promesa de libertad no quiere enjaular al pájaro. No esperaba esa despedida pero así, triste, así de triste, fue.

martes, 20 de noviembre de 2012

Los que rocían naceres

Clara lee sus escritos olvidados:
-Al final de este viaje, sólo me quedarán entre manos y recuerdo los que regaron la siembra, rociando gota a gota aquellos minúsculos naceres donde puse la esperanza. Esos que atendieron el riego cuando no tenía de dónde sacar fuerzas. ¡Los isondúes siguen encendidos y hacen todo para que nos coincidan los ratitos!
Otros, tal vez atraídos por Añá, ahuyentados por la tierra movida y asustados por los brotes desconocidos, emprenderán el viaje para jamás volver.

La pequeña intenta repetir el esquema y procura hacerse cargo también de los temerosos idos. Un día logrará saber que no es la madre de todos, y saberse madre, hermana y amiga de los riegos compartidos mientras va pariendo el nuevo nacimiento.
Lo que vive Clara hoy me nombra.
Belli:
-Sé que ciertas imágenes de mi pasado han entrado a sus sueños, que puedo espantar su miedo oponiéndole mi resistencia. Sé que habito su sangre como la del árbol, si bien no me está dado cambiar su sustancia, ni usurparle la vida. Ella ha de vivir la suya, pero yo soy el eco de una sangre que también le pertenece.

martes, 13 de noviembre de 2012

Las cajitas, tras la lluvia

Papá era pediatra y cuando niños nos traía cajitas de medicamentos que con plasticola, tijera y fibrones convertíamos, al instante, en edificios de los más variados que puedan imaginar.
Los entusiasmos y un rincón arquitectónico heredado de mamá, nos llevaban a convertir cajitas en grandes rascacielos.
Mientras vuelvo al pueblo donde nacieron sus primeros pasos el pediatra y la arquitecta, los rascacielos de las ciudades se vuelven ajenos.
No sé bien por qué, un día al madrugar, recordé aquel espíritu constructor. Justo había caído una gran tormenta y las cajitas no resisten tanta lluvia sin desplomarse. Al parecer, dijo Clara, no resisto yo tanto edificio sin desarmarme.