Tras años de abandono, los grasientos
y malheridos vidrios de la casa, llenos de tierra y poblados de
arañas que cruzan de punta a punta por su telar, recuperaron su
transparencia.
Han pasado algunos meses y la
restauración de rincones viene viento en popa. La abulia era tal que
no se reconocían los materiales. Hoy ya varios hasta presumen. Pero
el dato más interesante me llega por los vidrios. He terminado de
someter sistemáticamente al desabrigo a todos y a cada uno de los
doscientos trece vidrios. Ni uno de los otros materiales llaman menos
la atención al ser restaurados. Sólo los vidrios logran algo
mágico. En ese momento salen del centro y abren el pecho. Gracias a
que se los ve menos, nace el misterio mágico de la comunicación.
El exterior, paseante cotidiano de las
veredas, reconoce a ese precedente testigo del olvido y ve recostar
al sol que se mete sin aviso ni permiso.
El interior más fecundo cuenta y
canta:
-Tras la siembra y algunos partos,
tengo la casa fragante, con aroma de mujer.
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