domingo, 26 de agosto de 2012

Nostalgia de tren

Clara amaneció nostálgica. Tuvo un nosabequé: sueño o pesadilla.
Me cuenta que ayer había caminado por las vías del tren.
-¿Se puede ser nostálgica de lo que nunca se conoció?
Le digo que no, pero me sale con no sé qué historia de los espíritus ancestrales y algo de una memoria colectiva que se anuncia en nuestros genes.
-Yo caminaba triste por la abandonada vía del tren. El tren venía de Córdoba y pasaba pueblo por pueblo, como hoy lo hace el Aquidabán en el Chaco Paraguayo, llevando de tornillos a familias, todo lo que esté en el medio.
Gastón recuerda haber visto en la ventanilla al presidente Illía, rumbo a Cruz del Eje.
La pequeña iba de vagón en vagón. Los viajeros la bajaban a las hamacas de los pueblos y la acercaban "a ver la velocidad", junto al maquinista.
El sueño de Clara nunca pudo ser parido. Ese tren dejó de funcionar en 1977 y lo demás fue puro intento.
Por opción o puterío, los trenes en Argentina no vuelven a rodar hasta nuevo aviso.
Los dinteles lloran su madera con chillido de entraña cuando Clara camina por allí. De noche lloran, además, los pueblos idos, niños inocentes que no tuvieron ni voz ni voto en este entuerto. El óxido de la vía le roba la esperanza al sueño que quiso ser, y no fue.
La niña camina triste, cantando camina: "en soledad/ por un sendero ya olvidado/ buscando huellas de otra edad/ signos eternos enterrados" (Elizabeth Morris)

 

viernes, 24 de agosto de 2012

La que presume al malparido

Agosto me ha parecido siempre un mes despiadado y hostil. Tras mi casamiento con la bicicleta miramos a ese mes como malparido, sobresaturado de vientos y de polvo en suspensión.
Para colmo de males el desnudo árbol extraña la hoja y se arrastra llorando invierno. Supo que desprenderse de la hoja era necesario, pero hoy la extraña y el envión no llega a su piel. La primavera no nace y agosto pareciera tener más de treinta y un días. 
Ese antipático, en complicidad con algunos soles, engaña vilmente dos o tres entusiastas brotes y los quema con la helada nocturna.
Pero entre tantos que remamos contra corriente, aburridos de invierno, la bignonia trae la luz. Florece en agosto y llena de anaranjado las casas.
Cuando todo parece muerto, la muy terca nace, presume, crece.