Con la casa no termino más. Hace meses que trabajo cuatro horas por día y siempre queda algo por mejorar y reparar.
Mientras pinto a veces pienso en tener un día una casa propia y miro cada vez con más cariño las casas abandonadas del lugar: la pintaría de estos colores, comenzaría por esa ventana que está tan tristemente olvidada y seguiría por allí, para devolverle la luz interior que le está faltando.
Poco a poco, a ritmo de músicas y pinceladas, lo de afuera contagió a lo de dentro. Los rincones quebrados, dolidos y olvidados, las esquinas con telarañas y el óxido carcomiente de esa gota que cada lluvia mojaba allí, hoy están sólo en la cátedra de historia.
La reciente foto captó cómo barniz y pintura reflejan la flor que en primavera parió.
Brilla lo olvidado y refleja, gozosamente, todo eso que nació.
¿Quién habría imaginado que ese encuentro con lo otro, que ese acercamiento a lo abandonado, sería un encuentro con mi nombre y mis sueños?
No hay comentarios:
Publicar un comentario