domingo, 12 de abril de 2009

Capítulo 3, 4 y despedida

Aquellas palabras…
Perdónalos porque no saben lo que hacen…



Tal vez las palabras de misericordia más grandes fueron pronunciadas un viernes. Jesús ya no tenía fuerzas, pocas respiraciones le quedaban en esta vida que tanto amaba. Mucho le había costado aceptar el pedido de Dios de caminar hacia la cruz. Parecía que ya había dado todo en la vida, que había amado sin límites hasta que, de su sufriente corazón, de su amante corazón, salieron aquellas inesperadas palabras: Perdónalos porque no saben lo que hacen… Déjenme indagar a los testigos: ¿para quién ese grito…?

¿…para ustedes soldados?


Las palabras. Aquellas palabras. Ya lo he confesado. Eran para mi y para los otros soldados. Estoy seguro. Eran para nosotros que sorteábamos la túnica sin acordarnos de que no importaban las cosas de Jesús sino Jesús mismo.
Eran para mi que no me había animado a dejar la espada y seguirle aquella noche que todo se movía dentro mío. Eran para mí que no me animé a dar un paso atrás cuando estaba junto con Pilatos. Lo decía por mí mientras recordaba que había puesto el clavo en su mano.
Sí, para mí. No lo dudo. Yo no sabía lo que hacía.

¿…o tal vez para ustedes apóstoles?


El que no sabía lo que hacía era yo. Estuve tres años con Él. Recuerdo cuando pasó por la orilla del mar y me dijo “Sígueme”. ¡Con qué prontitud le había seguido! Después le había visto hacer milagros, le había escuchado con gusto cuando hablaba. Había incluso prometido que nunca en la vida lo negaría. ¡Cómo me reprendió aquella tarde! Hoy me da la impresión de que veía el momento que juraba no conocerle. Sí, las palabras eran para mí. Qué valiente me creía. Creí ser más fuerte. Mucho más de lo que era. Creí incluso que había de serlo aquel que Él eligiera. Eran para mi y… también fueron para los demás apóstoles. Llegamos a ser muy amigos. A veces teníamos discusiones pero nos queríamos mucho. Estábamos seguros de que íbamos a estar unidos para toda la vida. Jesús nos hablaba de las dificultades pero creíamos poder pasarlas. Un día nos dijo que uno de nosotros lo traicionaríamos. ¿Uno de nosotros? Se equivocaba. Nosotros estábamos siempre con Él, ¡cómo íbamos a traicionarle!
Aquellas palabras, sí, aquel perdónalos porque no saben lo que hacen, fueron escuchadas por todos nosotros como un susurro de fondo. No las escuchamos juntos porque estábamos dispersos. Poco tiempo después cuando volvimos a juntarnos conté que había escuchado esas palabras y ellos me dijeron que también las habían sentido.
Sí. Jesús se había equivocado. No lo traicionó uno de nosotros. Lo traicionamos todos. Nos dispersamos. Tuvimos miedo. Un terrible miedo que nos hizo olvidar nuestra promesa. Allá estaba Santiago en una punta, Judas en otra, Andrés, Bartolomé y los otros quien sabe donde, y yo, Pedro, escapándome y negando.
Lo traicionamos todos menos uno. Juan, el más pequeño de nosotros. Era el momento más importante de la historia. Yo no lo sabía. Los apóstoles no lo sabían. Tal vez nadie lo sabía. Pensándolo bien sí, Juan y María. El resto cruzamos el acto de amor más grande de Dios escapándonos y negando… sorteando túnicas…

¿…no habrá sido para ustedes que gritaron crucifíquenle?

Alguien comentó un día que en masa uno no siempre piensa lo que dice. Es el problema de actuar en masa. Algunos de nosotros habíamos estado comiendo los panes que Él multiplicó aquella tarde. Otros de los que estaban allí habían sido por Él curados. Incluso casi todos los que gritamos estábamos el domingo pasado moviendo los ramos de olivos, gritando “bendito el que viene en nombre del Señor”. Nos hacemos cargo. Jesús nos gritó a cada uno de nosotros. Jesús gritó, y en el horizonte seguía viendo el momento en que todos dijimos crucifíquenlo.
¡Tan entusiasmados estábamos el domingo pasado! Poco duran los entusiasmos para los hombres masa. Viene luego otro que hace una propuesta distinta y todos le seguimos olvidando la anterior. Fuimos masa. Somos masa. El no saben lo que hacen fue para nosotros. Porque los hombres-masa no pensamos, hacemos lo que hace la mayoría. Tal vez ninguno de nosotros quería matarle. Solo unos pocos fariseos. Nosotros seguimos gritando como gritaban todos. No pensamos y le matamos. ¡Que responsabilidad esto de vivir! El segundo que no piensas y que no amas terminas matando. Cuánto mal hicimos los que nos dejamos arrastrar, los que dejamos la vida pasar. Hasta matamos a Jesús.
Era el momento más importante de la historia. Yo no lo sabía. Los otros que gritaron tampoco lo sabían. Tal vez nadie lo sabía. Pensándolo bien sí. Entre toda la gente estaba una mujer que no gritó. La recuerdo como si fuera ahora. En medio de nuestros gritos bajó la cabeza mientras su rostro se desfiguraba. Sufría como una madre. Tal vez lo era. Yo no la conocía, sólo me dijeron su nombre: María. El resto cruzamos el acto de amor más grande de Dios masificándonos y gritando… sorteando túnicas…

¿O a nosotros? ¿Será que Jesús desde la cruz nos veía a los que vivimos en el mundo de hoy como sorteando túnicas, preocupados por las cosas pero no por Él?


Un hombre llegó llorando a una cabina telefónica. Otro entraba por detrás. Al encargado del local le pidieron que por favor marcara un número porque era un asunto muy grave. Mientras el encargado marcaba el número telefónico las dos personas que fingiendo habían entrado llorando tomaron tarjetas telefónicas y las robaron alcanzando una suma aproximada de $500.-
Un zumbido inapreciable se escuchó desde el cielo: “perdónalos porque no saben lo que hacen”
Córdoba, 16 de marzo de 2004




Los investigadores de la violación e intento de homicidio de Brisa, la beba de cuatro meses que apareció en un pozo ciego de una casa de San Pedro, sospechan que su mamá la lesionó cuando escondía en su vagina drogas que pretendía llevarle a su marido, detenido en la cárcel de San Nicolás.
Fuentes policiales dijeron a la agencia Télam que se sospecha que la mujer detenida, al igual que una cuñada de quince años y otro joven, utilizaba a la beba de cuatro meses como “mula” para trasladar la droga desde la casa de San Pedro hasta la cárcel en la que se encuentra detenido su marido.
La Nación, 4 de marzo de 2004

“Perdónalos Padre… no saben lo que hacen…”



El 12 de mayo de 2005, combatientes armados arrojaron una granada cuando los niños salían de la escuela de una misión cristiana en Srinagar, causando la muerte a dos mujeres que habían ido a recoger a sus hijos y heridas a unas 50 personas, incluidos 20 alumnos. Ningún grupo ha reivindicado la autoría del ataque.
El 13 de junio de 2005, la explosión de un vehículo bomba cerca de una escuela de Pulwama provocó la muerte de 15 personas y causó heridas a casi 100. El automóvil explotó cuando los alumnos repasaban para un examen al sol en los terrenos de la escuela. Entre los fallecidos había dos estudiantes, y 10 entre los heridos.
Otra bomba explotó el 20 de julio de 2005 en el exterior de una escuela de Srinagar, cuando al parecer un atacante suicida dirigió su automóvil contra un jeep del ejército, matando a 4 soldados e hiriendo a 17 civiles. El grupo Hizb ul Mujahideen reivindicó posteriormente la autoría de la explosión.
En diciembre de 2004 se prendió fuego a un autobús escolar para impedir la asistencia a clase de alumnos de escuelas del ejército en distrito de Anantnag.
Amnistía Internacional, 26 de julio de 2005

“Perdónalos Padre… no saben lo que hacen…”




Ocurrió en tiempos de desamores. En tiempos de todos contra todos.
Ocurrió en Cuzcatanzingo, en los años ochenta, cuando mandaban los militares, los guerrilleros, cuando mandaba el odio.
Se buscaban el uno al otro. Se buscaban y se encontraban. Se encontraban y se mataban. Y peor aún, se mataban y se alegraban.
Fueron tiempos duros. Les tocó a cualquiera, los pobres, los ricos, los pacíficos y los asesinos. Murieron muchos. Murieron todos. Ni uno se salvó. Quedaron sí, algunos vivos, viviendo minimizadamente, arrastrando un eterno dolor hasta el final de sus vidas, y de las de sus hijos. No se salvaron ni los que quisieron. Sembraron odio y el odio creció. Ya nadie pudo cortar un campo tan crecido.
El resultado nunca se sabrá. Sólo se conocen algunos numeritos (poner algunos datos)
Ocurrió en tiempos de desamores. En tiempos de todos contra todos.
Ocurrió en El Salvador, en los años ochenta, cuando mandaban los militares, los guerrilleros, cuando mandaba el odio.

“Perdónalos Padre… no saben lo que hacen…”




Un portavoz del ejército declaró que cuatro menores, de entre 11 y 15 años de edad, resultaron alcanzados por disparos el 24 de julio de 2005 en el pueblo de Bangargund, distrito de Kupwara, cuando tropas del sexto batallón de los Rifles de Rashtriya abrieron fuego contra los cuatro adolescentes, a los que confundieron con combatientes armados. Los chicos habían comenzado a correr cuando una patrulla del ejército les dio el alto en una zona cercana a la Línea de Control, que es la frontera de hecho con Pakistán. Los habitantes del pueblo afirmaron que los menores participaban en una fiesta de boda y habían salido a dar un paseo por el pueblo en las primeras horas del domingo cuando los soldados abrieron fuego antes de que los chicos pudieran responder a sus órdenes. Según los informes, no había toque de queda en la zona. Los vecinos afirman que los ancianos del pueblo habían informado al ejército de la fiesta de boda y de que era probable que hubiera personas en la calle por la noche.
Amnistía Internacional, 26 de julio de 2005

“Perdónalos Padre… no saben lo que hacen…”




Repercusiones del sorteo

Las monedas
Nosotras nos juntamos, o mejor dicho, otros nos juntaron. Éramos treinta. ¡Qué rara sensación ese día! ¿Quién dice que las cosas no tenemos sentimientos?. Esa noche todos los sentimientos se entremezclaron en nuestro material. Fue rarísimo. Juntas, las treinta, pasamos a ser consideradas, por algunos, del mismo valor que Dios.
Nosotras no queríamos saber nada con la idea de ser parte de este sucio mercado de vender a Dios. Si hubiéramos tenido pies habríamos corrido. No pudimos escapar de aquellas ambiciosas manos. Si Dios moría ¡qué sentido tendría nuestra vida!
Hace unos días el mismo que ahora era entregado a cambio nuestro les había dicho a sus más queridos que den al César lo del César y a Dios lo de Dios. Parece que uno no había comprendido. Había canjeado Dios por dinero. Bien había dicho Cristo, no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero. Judas eligió servir al segundo.

La madera de la cruz

Aquellas palabras. Nunca tanta paz en mí como cuando oí aquellas palabras. Cuando era árbol había estado en un bosque en el que no había casi ruido. Un silencio que extrañé siempre desde que fui cortada. Pero, aquellas palabras me dieron mucho más paz de la que tenía en el bosque. Si tuviera que contar a alguien mi historia creo que tendría que dividirla en dos: en el antes y después de aquellas palabras. El dolor de quien estaba crucificado era muy fuerte. Me daban ganas de abrazarle, pero a la vez sentía que Él me abrazaba a mi. Él que ya no tenía más fuerza me abrazaba como uniéndose plenamente a la cruz.
Nunca tanto amor. Nunca tanto dolor. Nunca tanto sufrimiento. Nunca tanta entrega como cuando Él dijo aquellas palabras: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”

La túnica

En un momento pasé a ser el centro de la escena. Tenía frente a mi a cuatro soldados aunque sentía que eran más. Veía muchas personas borrosas, vestidas con ropas que no parecían de la época en que vivimos. Todos ellos estaban detrás de los soldados, como queriendo participar del sorteo. Fue un instante, pero parecieron dos mil años, como si ese instante se prolongara continuamente. Fue en un monte pero creía estar en cada rincón del mundo.
¡Ay, fue el momento más tenso de mi vida! Yo extrañaba a Jesús. Quería estar con Él. Tenía frente a mi a muchos que me querían tener pero yo quería estar nuevamente con Él. Lo más terrible fue que yo le veía. Sí, a lo lejos alcanzaba a verlo clavado. En un momento gritó. El grito se escuchó fuerte pero los que me rodeaban pensaban en otra cosa. Tal vez guardaron el mensaje en su memoria, como quien en este momento tiene otras prioridades. Aquellas palabras. ¡Cómo olvidarlas!


María: Una mujer que no quiso comprar un número

Vinieron a ofrecerme hace unos minutos un número para una rifa que se hará en pocos instantes. Dijeron que me podía interesar porque era una túnica de Jesús, mi hijo. Recuerdo esa túnica, yo la había hecho. Era sencilla. Mi Jesús nunca quiso cosas lujosas. Le bastaba con que le sirva para vestirse. Esos negociantes creyeron que le iba a comprar porque era su madre. Habría dado todo por Jesús, pero una túnica… ¿qué es una túnica sin Jesús?
Yo seguía al pié de la cruz. Recuerdo que al poco tiempo de que se fueron los negociantes Jesús gritó unas palabras: perdónalos porque no saben lo que hacen.
Desde la cima del monte Calvario todo era distinto. A unos metros los soldados comenzaban con el sorteo. No veía a los apóstoles por ningún lado. Jesús estaba desgarrando su vida por ellos y ellos caminaban negando conocerle. Yo misma sentía estar en la cruz cuando veía tantas negaciones.
Sólo estaba conmigo Juan. Ya no podía pensar mucho. Tampoco Juan. Sólo restaba acompañar el sufrimiento de mi hijo ahora inmóvil, sediento, agonizante, desfigurado, olvidado, negado…
-No, yo no quiero ir al sorteo. Yo me quedo con Jesús. Hace años le daba de comer y le enseñaba a caminar. Hoy no puede hacer nada de eso. Tal vez mi vocación sea hoy la de estar con Él, a sus pies, acompañando su sufrimiento. No quiero pasar el momento más importante de la historia sorteando túnicas…



Despedida

Quien cuenta la vida de Jesús pone en un mismo renglón la muerte y el sorteo de una túnica, la de Cristo. La entrega total y la tontera brutal, el amor desgarrado y la extrema superficialidad. Los clavos y las monedas. Lo cierto es que ninguno de los cuatro evangelistas obvió el sorteo de la túnica en sus relatos. Quizá lo pusieron todos porque mirando al futuro asomarse en el horizonte encontraron unos cuantos soldados más sorteando túnicas. Unos cuantos que ya no estaban vestidos de soldados, unos cuantos con hábito, unos cuantos con traje, algunos con jean y camisa, otros tantos con bermudas y remeras. Quien sabe si me alcanzaron a ver a mi, porque, de hecho, estaba, estoy, soy uno de ellos, aunque sin quererlo: un participante del sorteo.
Tal vez ni ellos sabían que al relatar el sorteo de la túnica pondrían al descubierto gran parte de la vida del hombre. Buscar cosas, tener cosas, ambicionar cosas, comprar cosas. Buscar preocupaciones, conseguir preocupaciones, tener preocupaciones, preocuparse por las preocupaciones…
Pienso que el camino de purificación exige a diario no participar del sorteo de lo no-importante. Caminar hacia el Calvario al encuentro con Jesús, acompañarle en su muerte, unirse en su resurrección porque de qué sirve ganar al mundo entero si se ha perdido la vida ¿de qué sirve la túnica sin Cristo? No. No, ¡yo no quiero comprar un número!
Así termina una historia, la de cuatro soldados anónimos. Nunca la historia tuvo tanto presente. Nunca el presente estuvo tan estrechamente ligado a la historia como aquel día del sorteo. Nunca el bostezo se encontró tan fuertemente unido al amor. El hombre, o mejor dicho una mayoría de los hombres, bostezando, sorteando túnicas. Cristo perdonando.

No hay comentarios: