Hace días las palabras no llegan al
cuaderno. Lo agarro, lo tengo, lo abrazo, lo golpeo. Lo miro y lo
ignoro. Ni me mira ni me abraza. No tiene ganas de dialogar conmigo y
deja sus páginas en blanco sin cantarme ni buscarme.
¿Qué puedo decir si toda palabra
migra al instante en tachadura? ¿Qué puede decirme con ese blanco
silencio?
En un intento de reconciliación
buscamos un mediador: Tagore, que habla de él, o de mi.
“-¿Dónde está lo que esperábamos
de ti? ¿Aquello que parecía apuntar en el suave brote verde? ¿Hemos
de soportar la inmadurez para siempre? Ya es tiempo sobrado de que
sepamos lo que hemos de recibir de ti. Queremos una tasación justa
de la porción de aceite que el crítico, de ojos vendados que da
vueltas al molino y que es imparcial, puede sacar de tu cosecha”
Ya no es posible engañar a esta gente
para que espere con expectación más tiempo. Mientras fui menor de
edad, confiadamente me dieron su crédito; ¡es triste
desilusionarles ahora que las palabras de la sabiduría no me llegan!
Soy del todo incompetente para producir esas cosas que puedan ser
alimento espiritual para la multitud. Más allá del trozo de
canción, alguna leve charla, algún ligero pensamiento, no he podido
avanzar. Y, ahora su ira contra mí; pero ¿les pidió alguien,
alguna vez, que alimentaran estas grandes esperanzas?” (Julio
1887)”
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