Hormigúmanos sobre ruedas rezan al dios desconocido para que
mantenga el puntito verde que da paso a su libertad. Como los
espermatozoides algunos pasan y otros quedan fuera. Fuera. Fuera los
dejó esa maldita decisión de un par de astros electrónicos que se
casaron para engendrar una redonda luz amarilla, color disparador del
discernimiento para ejercer presión sobre el pedal derecho o el del
medio.
Opción A ¡y qué me importa! ¡Que se corran si no les gusta! Los
justificadores cerebrales argumentan sin demorar:
–Estoy apurado…
–La próxima freno pero ahora…
–Si freno es peor porque voy a quedar al medio…
–Si freno de golpe me besan de atrás…
Opción B porque papá me reta:
–Siempre alguna cámara anda vigilando…
–Las multas están caras…
–Y si piso a uno…
…y el peso de la ley recae sobre el pedal haciendo chillar las
pastillas hasta detener el videogame que estaba jugando.
Hormigúmanos sin ruedas rezan a un dios tan desconocido como el otro
para que convierta en verde aquella luz roja que mantiene su calzado
amarrado al suelo en un irrenunciable instinto de conservar la
naturaleza.
De todos los hormigúmanos doña Clemencia y su bastón o el mundo
desecha a los viejos, sobresale. No pierde mirada al poste
amarillo y verde porque sabe que milésima de retraso la expondrá a
la muerte. Habilitado el paso comenzó la carrera cuya meta es para
unos llegar al punto de partida de los que intentan llegar al lugar
de largada de los primeros… y con ello el entrecruzamiento de
hormigúmanos que se atraen y se repelen tanto como los imanes juegan
con sus polaridades.
El mundo desecha a los viejos avanza a paso firme pero
lentamente, en la máxima velocidad permitida por su aparato óseo
casi papel.
–Vieja de mierda, ¿por qué no se corre? Se hubiera quedado en la
casa sin venir a joder. –dijo traje negro corbata amarilla,
escondido en ese disfraz que lo hace creer importante, caminar
apurado y despreciar a todo peor vestido transeúnte.
Hormigúmanos cariñosos o de la mano hasta el final pisaban
la recostada cebra en el mismo sentido. Poco le importaba doña
Clemencia a quien ignoraron inmersos en la enamorada aventura que los
contenía.
Sobre el otro andarivel avanzó la noventa y siete centímetros pelo
largo o trenzas de chilindrina arrastrando su recién comprada
mochila con ruedas, entusiasmada como nene que pasea su perro recién
traído, por la plaza del barrio. Trenzas de chilindrina se
abría paso con aquel "hijito" a cuestas, zamarreándolo de
un lado a otro mientras los demás, en un malabarístico intento de
no pisarlos, los esquivaban como podían.
La ignorada tragedia comenzó cuando buzo azul y raya roja o madre
de familia queriendo volver a casa recibió un leve roce del hijo
de la noventa y siete centímetros pelo largo, en una de las cuatro
bolsas de compras que cargaba con su mano derecha. Roce que, sin
embargo no llegó a percibir ni madre de familia queriendo volver
a casa, ni trenzas de chilindrina, ni traje negro
corbata amarilla cuyas circunvoluciones cerebrales permanecían
ocupadas en los próximos futuros negocios y, para ser sincero,
ninguno de todos los otros que aquí no he nombrado por el simple
hecho de que poco combustible le queda en este momento a mi
lanzaminas. Roce, venía diciendo, cuya consecuencia percibió, en
cambio, la tercera pierna de doña clemencia y en efecto la
estabilidad de el mundo desecha a los viejos que
silenciosamente quedó desparramada sobre la recostada cebra de la
que había que huir al menos una milésima antes de la transmutación
de verde a rojo de un lado y de rojo a verde del otro.
Aquellas milésimas dieron origen a la presión sobre el izquierdo
pedal y al despertar de los crujientes leones escondidos dentro de
los hormigúmanos sobre ruedas, ansiosos de viajar hacia la próxima
presa, intentando no ser amarrados cien metros después por ese
maldito collar electrónico rojo.
El caso es que dado el permiso los leones de la primera fila lanzaron
a correr a excepción de uno que llegó a percibir que sobre la cebra
ahora ausente de hormigúmanos no había sólo papeles de alfajores
tirados sino también un palo de madera, un gastado monedero, un
montón de trapos viejos y… viejos son los trapos…una mujer sin
nombre y sin historia, ahí tiradita... ¡y a otra cosa!
PD: Si algo falta al relato es la irrepetible puteada que ligó el
detenido hormigumano sobre ruedas, un escuálido y arrugado flaco de
sesentilargos años… porque es un boludo… el tarado no se corre…
¡qué pelotudo, me va a tocar rojo de nuevo!… si no sabe manejar
quítenle el carné… habría que matar a todos los que no arrancan
y… la concha de la lora, qué mal orto que tengo, me tendría que
haber puesto en otra fila, siempre a mi…viejo pelotudo, para qué
se baja del auto.