domingo, 22 de febrero de 2009

Un bar llamado "Ochentoso"

Por arte de memoria anoche terminamos entrando a un pub llamado “ochentoso”. Ambientado con recortes de historietas y series televisivas de infancia, con viejos discos de sonidos que nos alimentaban y con los juguetitos que nos recibían y escuchaban de lunes a viernes apenas llegábamos de la escuela, “Ochentoso” hizo pasar a nuestra memoria por los pasillos ya casi olvidados.

Los pasillos de color infancia guardan, cada uno, una magia propia. Algunos contienen juguetes con quienes íbamos a construir una ciudad, otros muñecos con quienes íbamos a salvar el mundo, otros naves que nos llevarían al más allá.

A ninguno le faltaba una magia particular y sin embargo... me detengo en uno... sólo uno. Éste era distinto. Su magia, magia especial, me hace mirar hoy el mundo de manera amorosa. Se llamaba “el Chavo”. Un niño de ocho años que no prometía nada. Sin casa pero con un barril donde dormir, sin familia pero con una vecindad con quien compartir, sin alimento pero con la certeza de sobrevivir en medio de la interperie. Sin hijo nacido, sin árbol plantado, sin libro escrito... sin promesas... “el Chavo” promete que la vida simple vale la pena y cuenta... cada vez que me levanto cuenta... que la memoria premia al amigo que siempre estaba en el patio... ¡listo para jugar!

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